Decía el director Felix Mottl que por cualquier página que se abriese la partitura de “Der fliegende Holländer” (El Holandés Errante) te salpicaba el viento marino en la cara. Esto se puede sentir plenamente durante la obertura de esta ópera romántica que supuso el primer paso hacia la Obra de Arte Total. Nos hallamos ante un joven Wagner, pero la grandeza orquestal es descomunal, construyendo un auténtico poema sinfónico, un cuadro de tempestad y amenaza que, desafiando a los elementos naturales, se eleva hacia la maldición diabólica del Holandés y su correspondiente Redención por el amor, temas recurrentes de su futura creación.
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En la versión original de 1843 tras una brevísima introducción donde acuden vertiginosas escalas de las cuerdas, se presenta el inquietante tema del Holandés en el ff de las trompas, con amenaza y grandiosidad, seguidas por todos los metales que lo ostentan por segunda vez, para contrastar enseguida con el tema de la Redención, recogido en la balada de Senta, presentado dulcemente en las maderas (corno inglés y oboe), y que va dejando paso a una tercera aparición del tema inicial mientras arrecia la tormenta en las cuerdas . Un tercer tema, el bamboleante coro de marineros del tercer acto, (inicio del video 2) viene a sumarse a la exposición de motivos: es el nacimiento del leitmotiv wagneriano. Mientras prosiguen las tempestuosas cuerdas reaparece el tema lírico, para, entre vapores marinos, concluir con la impetuosidad del tema del Holandés en tono heroico, y tal vez esperanzado.
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En la versión revisada de 1860 Wagner, tras componer la transfiguración de Isolda, decide finalizar la obertura con el tema de la Redención: así tras la última presentación del tema principal, la música va modulando para exhibirlo en vientos y arpas p dolce. En toda la obra planea la siniestra influencia y la borrascosa inflación de emociones, cuajadas del mejor dramatismo del XIX. Y Wagner encuentra su camino: las dualidades hombre-mujer, naturaleza-espíritu, maldición-redención, soledad-comunicación, echan su ancla y, perfectamente fondeadas, miran ya hacia el porvenir.
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La lectura de Otto Klemperer con la New Philharmonia Orchestra, grabada en estudio en 1968, es un ejemplo de dirección maestra y personalísima : robusta, profunda, intensa, amplia y arrebatadora, tal vez su mejor Wagner. Explora nota a nota, impresionando en los vaivenes de la cuerda furiosa, inquietando en la llamada de los metales y conmoviendo en el rubato lírico de las maderas del amor redentor.
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Primera parte
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Segunda parte